Para que un director de cine adquiera prestigio y notabilidad debe hacer una y otra vez la misma película.
¿Qué tienen en común Tim Burton, Michael Haneke, Julio Médem, Woody Allen o David Lynch? Llevan toda su vida haciendo la misma película. Eso da al espectador (y al crítico de cine) una cierta sensación de seguridad; de pertenecer a un grupo, a un bando: a los que están “ a favor” o “en contra” de tal o cual director.
Por eso directores como Marc Foster o Sidney Lumet no gozan de la misma fama. Nunca se repiten, ni trabajan una y otra vez con el mismo equipo. Buscan que cada película sea única, que cada obra sea una oportunidad de explorar nuevos caminos, nuevos lenguajes (y, por tanto, una oportunidad de equivocarse).
Queremos ir a ver la película de un autor porque sabemos qué vamos a ver. Ya hemos visto la película y nos gusta, y vamos a que nos guste (o justo lo contrario).
Por eso nos inquieta “Una historia verdadera”, pero nos devuelve la seguridad “Mulholland Drive”, porque podemos volver a amar/odiar a David Lynch.
No queremos que nos desconcierten, que nos rompan los esquemas preconcebidos.
¿Sabes cómo se llama eso?
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