No reconozco a la gente. Tómate esta frase de forma literal porque no es ninguna metáfora o declaración de intenciones. El cerebro tiene asignada una zona para reconocer los rostros. Los almacena en ese baúl y cuando volvemos a verlos es ahí donde los buscamos para etiquetarlos y decir, “ah, esa cara pertenece a ...”.
Mi baúl se cerró y tiraron la llave al mar.
Por eso, no reconozco a la gente. Si estoy mucho tiempo seguido con alguien, sí es posible (hasta cierto punto) que pueda memorizar su rostro, pues lo almaceno en otra parte del cerebro (la de los recuerdos comunes). Por ello, si se da uno de estos dos casos:
a) Sólo he visto a la persona una o dos veces en mi vida.
b) No veo a esa persona desde hace mucho tiempo.
Es probable que no tenga ni la más remota idea de a quién estoy mirando.
Esto me ha llevado a no pocas situaciones incómodas en mi vida. Por lo pronto, explicar este problema es largo y tedioso y tiendo a buscar otras excusas del tipo “ah, sí que has cambiado”. Y hay ocasiones en que la persona sí que ha cambiado, ha puesto unos 20 kilos, y entonces parece que la estoy llamando gorda (adjetivizando a la palabra “persona”, no es que sólo las señoras engorden).
En efecto, es habitual que alguien se me acerque con un “hombre, cuánto tiempo” y yo me echo a temblar. Suelo intentar disimular patéticamente y hacer como que reconozco a la persona mientras trato de abrir el baúl a patadas. Pero no se abre. Y la persona se da cuenta. Y me dice, “no te acuerdas de mí, ¿verdad?”. Y eso cuando ya llevamos unos diez minutos de conversación en la que yo ya he escupido frases “comodín” que tengo preparadas para este tipo de situaciones del tipo “¿y tú sigues en lo tuyo?”.
Y dirás, ¿por qué no cuentas la verdad? Porque es mentira que la verdad nos hace libres. La verdad nos jode la vida. La mitad de las veces la gente no se cree nada o me mira como a un marciano.
Imagínate, por tanto, el terror cuando alguien me mira por la calle y veo esa mirada de reconocimiento y esos segundos en los que se acerca mientras mi cerebro procesa de forma vertiginosa: ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Quién es?
Te aseguro que alguna vez me he liado la manta en la cabeza y he optado directamente por un “¿Quién eres?”.
Pero cuando finalmente se trata (por ejemplo) de alguna ex novia con la que estuve saliendo algunos meses (o similar) esa pregunta suele sonar más a ofensa, burla o sarcasmo que a la verdad.
“La verdad os hará libres”.
Y una mierda.
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