Pues me estoy leyendo Submarino, de Joe Dunthorne, y acabo de estrenar
otra obra de "Teatro Mínimo", que es una cosa que se ha puesto de moda
porque es barata, supuestamente cultural y como acto social mola porque
es ir al teatro, pero dura poco y no te aburres... y además no te gastas
una pasta.
Sí, son obritas de teatro cortas, de unos quince minutos. En Madrid se llama Microteatro, en Sevilla, Teatro Mínimo.
En
noviembre estrené una obra que yo escribí y dirigí y que no fue nada
mal. Hubo problemas, pero los problemas que surgen cuando montas una
obra de teatro son en realidad el motivo por el que te metes a hacer
teatro (aunque de eso la mayor parte de las veces ni te das cuenta).
Este
mes, enero, he estrenado otra. Se suponía que yo sólo iba a escribir el
texto pero la señorita directora tuvo que salir corriendo a salvar una
película a Barcelona y me dejó a mí el marrón a última hora. Un
marronazo.
Pero si no fuera un marronazo, seguramente no nos gustaría tanto hacer teatro.
Mientras
escribo esta entrada un viejo (paso de eufemismos) viene y sin
preguntarme ni decirme nada me quita el periódico que hay a mi lado,
dando por hecho que es del bar donde me encuentro. Sí, es del bar, pero
eso no quita para que los viejos (paso de eufemismos) sean la gente más
maleducada sobre la faz de la Tierra.
La experiencia teatral de
este mes en el Teatro Mínimo ha sido muy satisfactoria. De hecho, quizás
mi mejor experiencia teatral hasta la fecha.
Si bien en noviembre fuí
sobre seguro con un texto hecho a la medida para un público poco
exigente, con muchos gritos, chistes fáciles, hasta una pistola que se
disparaba en escena, para esta nueva ocasión me apetecía hacer algo más
complejo, elaborado y arriesgado. Un texto complejo -añadamos el ísimo
según la escena- que requiere del espectador toda su atención, con un
subtexto complicado y que requiere un trabajo actoral de primer orden.
Además, se trata de una especie de experimento donde cada función supone
una nueva propuesta sobre el mismo texto, con nuevo reparto, nuevo
orden de réplicas (y de escenas), nueva puesta... Se acabó el jugar a
hacer como que hacemos teatro, aquí el nivel se disparaba.
Como
yo no lo dirigía, estaba preparado para ver el estrepitoso fracaso desde
la barrera. Pero mira tú por donde, las actrices que lo interpretan no
son de primer orden, son mucho mejores, la puesta en escena propuesta
por la directora funciona de maravilla y, las cosas como son, el
resultado es una obra teatral emocionante, divertida (a
veces), profunda y, a pesar de ello, muy entretenida.
En resumen, estoy contento como pocas veces. Tres pases al día tres días a la semana y yo tan contento.
Los viejos de la mesa de al lado se han ido, dejando el periódico abandonado. Voy a leer un rato El País.
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