Detesto ir de tiendas. Como todo el mundo sabe los hombres odiamos
ir a comprar ropa, pero no nos queda más remedio si queremos compañía femenina, bien porque ya sea nuestra poareja o porque deseamos que lo sea en un futuro cerano, aunque todo el mundo sabe
también que las mujeres mo van a comprar, sino de compras, que no tiene
nada que ver.
La única tienda a la que soportaba ir con
veintipocos años era al Bershka que hay en la calle O'donnel en Sevilla.
Estaba muy bien diseñado porque permitía que mientras las chicas
estaban haciendo sus cosas de chicas: coger prendas, soltarlas,
preguntar a la empleada, probárselas, volver a soltarlas, descambiar...
los chicos podíamos entretenernos mientras tanto subiendo y bajando las
escaleras mecánicas que comunicaban las diferentes plantas (tenía tres).
¿Y qué tenía de especial el acto de subir y bajar escaleras mecánicas? Pues que muy inteligentemente el que diseñó aquel interior obvió poner techo a los probadores, por lo que desde las escaleras se veía por completo el interior de todos ellos.Así, no fueron pocos los paseos que me di escaleras arriba y abajo viendo a muchachas de toda clase y perfil probándose todo tipo de prendas. Incluso aquello se acabó convirtiendo en una especie de destino quasi turístico, ya que no pocas veces me acompañaba algún amigo en tan entretenida materia. Y más de uan vez la escelera se colapsaba de transeúntes masculinos.
La cosa duró unos pocos meses, hasta que alguien se dio cuenta del desaguisado y pusieron techo a los probadores, por lo que la visita a la tienda dejó de tener el más mínimo atractivo.
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