... total, que una burbuja explotó muy
fuerte y de la onda expansiva nos fuimos todos a la mierda. O algo así, que yo
hasta que Spielberg no haga la película no me voy a enterar de qué coño va la
crisis ésta.
Y como unos señores que sólo iban al teatro a ver a Lina Morgan pensaron que eso de la cultura es ocio, asueto, recreo y fiesta para zánganos parados chupadelbote vagos del poltrón gandules remolones inútiles que poco o nada tienen/pueden aportar a la sociedad... y ese hueco ya lo rellenan el fútbol y los toros, empezaron a tomar medidas para que, si la gente en general estaba en la mierda, a los haraganes que hacen teatro les pisaron la cabeza para hundírsela más en la materia fecal.
Pero hete aquí que resulta que la gente de la cultura en general, y los teatreros en particular, tienen muy entrenado el cuello de tanto que se lo pisan y mantuvieron la cabeza fuera de la mierda. ¿Cómo? Se pusieron a utilizar ese órgano que los distingue de otras profesiones como la de Infanta o la de Extesorero de algo, llamado "ingenio", y se pusieron a inventar.
E inventaron cosas como el crowdfunding o el Teatro Mínimo.
Y aquí me voy a parar.
Este último año he visto más teatro que en toda mi vida junta, y he gastado menos dinero en teatro que en toda mi vida junta. Y es que el formato de obra pequeña, de corta duración y a miniprecio funcionó de tal forma que ya no hay ciudad, pueblo o pedanía que no tenga su propia versión de teatro en minitetrabrick.
Y de todas las variantes que he podido disfrutar, que no han sido pocas (Teatro a Pelo, Microteatro por Dinero, etc) la mejor, con diferencia, ha sido la propuesta que nació en una extraña librería del centro de Sevilla llamada "Teatro Mínimo".
Me he visto todas las obras que han puesto este año y debo decir que en esta ciudad de saetas y penitencias, el arte no sólo se viste de traje de luces. Cada pieza, cada puesta en escena, cada propuesta escénica, cada texto, me ha hecho imaginar, emocionarme, reír, divertirme y, sobre todo, desear volver al teatro.
Y como unos señores que sólo iban al teatro a ver a Lina Morgan pensaron que eso de la cultura es ocio, asueto, recreo y fiesta para zánganos parados chupadelbote vagos del poltrón gandules remolones inútiles que poco o nada tienen/pueden aportar a la sociedad... y ese hueco ya lo rellenan el fútbol y los toros, empezaron a tomar medidas para que, si la gente en general estaba en la mierda, a los haraganes que hacen teatro les pisaron la cabeza para hundírsela más en la materia fecal.
Pero hete aquí que resulta que la gente de la cultura en general, y los teatreros en particular, tienen muy entrenado el cuello de tanto que se lo pisan y mantuvieron la cabeza fuera de la mierda. ¿Cómo? Se pusieron a utilizar ese órgano que los distingue de otras profesiones como la de Infanta o la de Extesorero de algo, llamado "ingenio", y se pusieron a inventar.
E inventaron cosas como el crowdfunding o el Teatro Mínimo.
Y aquí me voy a parar.
Este último año he visto más teatro que en toda mi vida junta, y he gastado menos dinero en teatro que en toda mi vida junta. Y es que el formato de obra pequeña, de corta duración y a miniprecio funcionó de tal forma que ya no hay ciudad, pueblo o pedanía que no tenga su propia versión de teatro en minitetrabrick.
Y de todas las variantes que he podido disfrutar, que no han sido pocas (Teatro a Pelo, Microteatro por Dinero, etc) la mejor, con diferencia, ha sido la propuesta que nació en una extraña librería del centro de Sevilla llamada "Teatro Mínimo".
Me he visto todas las obras que han puesto este año y debo decir que en esta ciudad de saetas y penitencias, el arte no sólo se viste de traje de luces. Cada pieza, cada puesta en escena, cada propuesta escénica, cada texto, me ha hecho imaginar, emocionarme, reír, divertirme y, sobre todo, desear volver al teatro.
Incluso sé de gente que no pisaba una
sala teatral desde hacía años que, gracias al Teatro Mínimo, se ha convertido
en un asiduo, deseando que llegase el mes siguiente para descubrir las nuevas
propuestas, las nuevas temáticas e irrumpir en aplausos, “bravos”, silbidos y
vítores.
Si bien todas y cada una de las piezas
que han pasado por la muestra son merecedoras de manos ensangrentadas de tanto
aplaudir, me voy a aventurar a nombrar mis favoritas.
“Emergencia Zombie”, de los descabellados
Paco Luna y Javier Berger, una pareja de hecho de la escena andaluza a la que deseamos
un matrimonio longevo. Conseguía erizar el vello del espectador a base de
humor, vísceras y una puesta en escena maravillosamente cinematográfica.
“Parafilia” de los enfermos Jorge
Dubarry, María José Castañeda y Eva Gallego. Una maravillosa historia de amor
con una única actriz en escena manipulando muñequitos (que no títeres). Con la
boca abierta que sigo tras ver semejante derroche de imaginación y pericia.
“Culto a la abundancia”, donde se repiten
nombres: Jorge Dubarry, María José Castañeda y Javier Berger. ¿Pero de dónde
sacan tanto talento estos gandules?
Y todo ello, desde el “minimismo” más
minimalista: mínimo presupuesto, mínimo elenco, mínimo espacio... máximo
talento, máxima diversión y máxima valentía.
Y es que cuando explotó la famosa burbuja
ésa también explotaron las cabezas de muchos talentosos genios de esta tierra que
sólo venera a sus genios cuando reportan réditos políticos.
Aquí estoy, esperando como agua de mayo
(nunca entendí esta expresión, después de un abril mojadísimo, ¿quién coño
quiere que llueva en mayo?) la siguiente
temporada.
A más ver...
1 comentario:
Hola, pensarás que estoy chiflada, pero este finde, que tuve larguísimas guardias en el hospital dónde trabajo, me leí enterito tu blog (que descubrí por Facebook, porque no sabía que tenías), desde el 2006 hasta ahora. Tú insistirás en que no sabes escribir, que sólo eres un mentiroso compulsivo y todas esas cosas que repites tanto, pero a mí me has parecido un maravilloso cronista de sucesos que me ha tenido entretenidísima todo un fin de semana encerrada en un servicio de urgencias. Me ha sido inevitable recordar las muchas historias americanas, literarias y cinematográficas que forman mi imaginario. Raymond Carver, Charles Bukowski, John Kennedy Toole, Woody Allen… Los capítulos de tu infancia, cuando vivías en la caja de zapatos, perdías en el fútbol, en las piscinas y todas esas actividades inútiles, me recordaban esas escenas de Brooklyn cuando Woody Allen vivía bajo una montaña rusa mientras se escudriñaba los sesos pensando que el universo se expandía. Seguro que él también estuvo a punto de abrirse la cabeza en un pozo de ladrillos mientras su primo se reía descaradamente en bicicleta… Luego, leí tu adolescencia en los campings de Mazagón, y no pude evitar acordarme de Bukowski de pequeño, acneico y precoz encandilado por alemanas soeces de labios carnosos en colchones abandonados, mientras una pobre Eli se condenaba a pasear bajo las estrellas de tu mano… Mi preferida fue esa chica que vivía con su abuela encantadora y tenía más de 100 gatos, uno de ellos sordísimo.
Me gustó mucho leer esa etapa tuya en Londres, con ese grupo de intelectuales de todo el mundo, el mundial de fútbol y esas dos chicas de la habitación de en frente con sus visillos abiertos, tan olvidadizas y despistadas… Oh, y tus intrincados asuntos laborales y amorosos en las playas leperas… Y tu experiencia en Venecia…
Creo que es similar la experiencia de escribir sin saber quien te lee, o si tan siquiera te lee alguien, a la de leer sin que el otro lo sepa. Como decías en una de las entradas, tu lector bien podía ser un asesino en serie, escondido en un sótano oscuro, pero en este caso, siento decepcionarte, sólo te leyó una simple oficinista que, se marchó el domingo a casa con una importante jaqueca y los ojos echando fuego después de leer casi 14 horas intensivas de blog. Creo que hice un buen trabajo, no administrativo, claro.
Ha sido un placer leerte, J.F.Ortuño, lo seguiré haciendo, a escondidas.
Publicar un comentario