Uno de los aspectos de la ficción que más subrayo en mis clases suele ser el enorme poder para interferir en las conciencias de los espectadores. El cine no vende historias, vende ideas. Y si no somos conscientes de ello, las compraremos ineludiblemente. En serio.
Por ejemplo, veamos la serie 24.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek analiza el estado de suspensión del juicio moral que esta serie crea en el espectador. Para Zizek, este estado de excepción toma la forma de una conminación a practicar la tortura como algo natural en las circunstancias de la urgencia normalizada, de manera desacomplejada, obedeciendo a una nueva ley que autoriza a todo el mundo a interrogar a todo el mundo –el padre al hijo, el marido a su esposa- para obtener informaciones que atañen a todo el mundo. Es una indicación alarmante –dice Zizek- del profundo cambio de nuestros valores éticos y políticos.
El poder de la ficción sobre la sociedad es tal que Antonin Scalia, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos y por lo tanto encargado del respeto de la Constitución, justificó el uso de la tortura fundándose no en el análisis de textos jurídicos sino en el ejemplo de... ¡Jack Bauer! Evocando la segunda temporada de la serie, en la que se ve al héroe salvar a California de un ataque nuclear gracias a informaciones obtenidas mediante “interrogatorios enérgicos” (sic), no temió afirmar que “Jack Bauer salvó a Los Ángeles, salvó a cientos de miles de vidas. ¿Van a condenar a Jack Bauer? ¿Podremos decir que el derecho penal está en su contra? ¿Un jurado condenaría a Jack Bauer? No lo creo. Así pues, la cuestión es saber si creemos en estos absolutos. Y tenemos que creer en ellos”.
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