jueves, 29 de marzo de 2007

El cine

Esta obsesión mía por el cine llevó a mis padres a comprarme una cámara de vídeo. El caso era no dejarme salir de la caja de zapatos con puertas. Empecé haciendo cortos caseros con mi hermana, llenos de efectos especiales muy ingeniosos y con guiones dignos de los peores años de Ed Wood. Pero no fue hasta el verano del 88 que no hice mi primer corto en serio (bueno, entiéndase eso de “en serio”).

¿A qué no adivinas el género? Pues sí, terror. Es curioso, y podría dar para un estudio sociológico: ¿por qué puñetas absolutamente todos los aficionados al cine sobre cuyas manos cae una cámara de vídeo se obsesionan por hacer cortos de terror? Bueno, de terror es la intención, pero los resultados suelen dar más risa que los mismísimos Monty Python. O sea, es realmente paradójico porque, a saber, suelen ser niñatos sin más medios que una pobre cámara de vídeo y tres o cuatro amiguetes colgados que se dejan engañar para aparecer ante la pantalla gesticulando como posesos y llenándose de ketchup a modo de escalofriante sangre. Sin embargo, nos metemos (yo también me incluyo) en el género más complicado: los personajes han de morir (lo cual implica que a veces deban estar más de dos segundos quietos, sin reírse, cosa, por otro lado, imposible cuando hablamos de amiguetes que hacen el corto como favor personal), son necesarios efectos especiales (desde el cuchillo atravesando el torso al disparo en la cabeza; este último caso es fácil porque pistolas de agua sobran y con un “¡Pum!” hecho con la boca basta pero, el cuchillo, amigos, eso es otra historia: sangre, ropa destrozada... demasiado trabajo), el malo ha de provocar auténtico terror (y no carcajadas)... y los diálogos, ¡qué decir de los diálogos que se escriben para este tipo de despropósitos!
-¡Oh, no, Charlie! –ah, sí, lo olvidaba: a ser posible, los nombres en inglés, que dan más punto-, estamos atrapados en esta vieja mansión apartada de la civilización –suele ser un caserón en el campo, lo de “mansión” es puro eufemismo-. El coche no funciona. Tengo miedo. Está muy oscuro afuera.

Como ves, además, los nexos entre las distintas frases son optativos. Y la cosa suele seguir más o menos así...
-No seas histérica, Jennifer –o Mary, según el gusto-, no va a ocurrir nada. Vayamos al sótano a esperar a que amanezca mientras leemos en voz alta ese libro que hemos encontrado de invocaciones a los muertos.

Más o menos, claro. Añadir a todo esto alguna que otra risa espontánea, alguna mirada directa a la cámara y algún verbo cambiado de sitio y ya estará hecha la composición de lugar. Si a todo ello se le suma el objetivo desenfocado, el balance de blanco inexistente y el encuadre más rebuscado del mundo para ser lo más original posible, ya tendremos la imagen perfecta de en qué consiste esto de los cortos amateurs.

Pues bien, yo hice algunos de ellos. El primero con once años y a partir de ahí no paré. Todos iban más o menos de lo mismo, es decir, de nada. Y lo peor vino cuando la excusa que me busqué para hacerlos eran los trabajos de fin de trimestre de Inglés. Como había que escribir redacciones en este idioma, yo escribía guiones que luego rodaba con otros compañeros de clase. Por tanto, suma a todo lo anterior la patética estampa de los actores, entre risas, tratando de balbucear sus diálogos en un inglés desastroso y ya no necesitarás ver los cortos que jalonaron mi etapa de adolescente para saber de lo que hablo. No conservo prácticamente ninguno, sólo los “making of”, en los que se ve lo bien que lo pasábamos rodando aquellas piltrafas.

Pero yo, como todos los impresentables que se dedican a hacer “cortos de terror”, no me daba cuenta del despropósito y era feliz viendo los resultados. Yo escribía, dirigía, montaba, editaba el sonido, diseñaba la carátula... y me sentía el Orson Welles de mi generación. Supongo que era porque, de verdad, adoraba el cine, y necesitaba sentirme parte de su magia.

Adoraba la forma de hacer cine de gente como Robert Zemeckis, Sam Raimi, Peter Jackson o James Cameron, y pronto empecé a valorar otro cine menos visual y más intelectual. Así, no tardé en adorar a Woody Allen o a Buñuel, descubrí a Fritz Lang y a Eisenstein. Aún sin criterio suficiente, veía igual “Posesión Infernal” que “Metrópolis”, ambas las metía en el mismo baremo y de verdad que las adoraba. Hacía planes para, algún día, yo repetir aquellas maravillas. Ahora, con el tiempo, sé que eso es inalcanzable pero, qué coño, yo me sentía feliz soñando con ello, y eso ya no hay quien me lo quite.

Para hacerse una idea más completa y cercana de lo que de verdad supone el cine en mi vida diré que prácticamente la única música que me ha gustado a lo largo de toda mi vida han sido las bandas sonoras. Y no hablo, como es obvio, de las canciones esas que todo el mundo oye de las películas, me refiero a las bandas sonoras instrumentales. Mi compositor favorito era Danny Elfman, el de “Batman” o “Pesadilla antes de Navidad”, pero también me gustaba mucho la música de John Williams, Elliot Goldenthal, Jerry Goldsmith o Alan Menken, y también españoles, claro: José Nieto, Ángel Illarramendi, Bingen Mendizábal, Carles Cases... si no conoces aún este tipo de música te recomiendo que la escuches, y que lo hagas con atención, es verdaderamente fascinante. Podrías empezar con cosas de fácil audición, como “Eduardo Manostijeras” o cualquiera de John Williams y, poco a poco, ir metiendo más caña, con alguna paranoia de Goldenthal, por ejemplo, para ir luego pasando a los clásicos: Korngold, Waxman, Herrmann... en fin, haz lo que quieras; he intentado aficionar a mucha a gente a este tipo de música y, la verdad, no lo he conseguido casi nunca. Si estás enganchado a Shakira, lo tengo muy crudo, ahí no hay nada que hacer, por lo menos, no sin ayuda médica.

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