domingo, 10 de agosto de 2014

Mi divorcio

Lo primero es que a estas alturas aún no había advertido de que estaba casado y, de pronto, salto con que estoy divorciado. Sí, he pasado por todos los estados civiles conocidos... menos el de viudo, pero tiempo al tiempo.

Si mi boda fue de chiste (ya hablaré de ella, si me acuerdo) mi divorcio no se quedó atrás.

La mañana de mi divorcio habíamos quedado (mi por entonces esposa y yo) con un abogado en la puerta de los juzgados, pues él debía acompañarnos a la sala. Nos advirtió que un divorcio, en realidad, es un juicio, con juez y todo, de ahí la necesidad siempre de un abogado. De hecho, por eso se llama “demanda de separación”. Pues bien, lo que vivimos en aquel edificio se parecía a cualquier cosa menos a un juicio.

Llegamos y el juez no estaba, claro, ¿qué esperaba? No había sitio donde esperarle así que en una sala que parecía sacada de la película “Brazil” sólo que el presupuesto del decorado sólo llegaba para la mitad (la sala era inmensa y sólo media estaba habilitada) nos encontramos ella, yo y el abogado. Ah, y otro abogado (así éramos cuatro esperando, más compañía), amigo del nuestro que no sé muy bien qué pintaba en todo esto pero que allí estaba. Nos pusimos al día de lo bien que va la administración mientras esperábamos de pie entre trabajadores del Estado: el programa informático era nuevo, y o no funcionaba o nadie sabía (aún) cómo hacerlo funcionar. La impresora tampoco iba, y la mitad de los responsables de las distintas áreas aún no había llegado a su puesto de trabajo (incluyendo al juez, recordemos). Lo fuerte de todo es que después de la falta de respeto que el juez tuvo con nosotros al aparecer tarde, todos allí teníamos la obligación de dirigirnos a él como ”Señoría” si no queríamos una denuncia por desacato.

Una vez llegó el juez... bueno, supongo que llegó porque empezaron a atendernos, aunque yo no vi a juez ninguno por allí. El caso es que nos llevaron a un rinconcito de la sala llena de mesas y trabajadores que lo mismo contaban cómo les había ido el fin de semana en la playa que se cagaban en la madre que parió al ordenador que siempre se quedaba colgado. En el rinconcito había un perchero y una ventana. Sí, solo eso, ni sillas ni nada parecido, allí otra vez el grupito marginal de pie, como castigado Nos dijeron que nos llamarían de uno en uno para pasar a firmar. Pensé que por fin iba a ver una sala de juicios como dios manda, con su juez y todo. Que me lo había creído. Nos llamaban de uno en uno... pero la señora de la mesa que estaba a medio metro de nosotros. O sea, decían mi nombre, yo daba un paso y medio hasta la mesa de la señora, firmaba y ya me podía retirar... a mi rincón de castigo. El hecho de hacerlo de uno en uno era por si el divorcio no era amistoso... en cuyo caso, si los contrayentes (o como se les diga a los que se van a divorciar) no se pueden ni ver, ¿qué sentido tiene dejarlos juntos en un rincón de dos metros cuadrados... y de pie?

Eso sí, todo con mucho protocolo, que si aquello era una chapuza, por lo menos la apariencia debía ser de lo más respetable. Decían el nombre del que fuera, que se acercaba con su abogado (recordemos, dos pasitos), firmaba en varios papeles y lo retiraban de nuevo a la “sala de espera” (recordemos, el rincón de la percha).

Una vez firmados esos papeles, se acabó. Ya estábamos divorciados.

Curioso, yo siempre pensé que pasaría mi vida en el estable y libertino estado de la soltería y no sólo acabé en el monótono y tradicional estado del matrimonio, sino en el resentido e impopular divorcio. Y no me arrepiento. Hay que probarlo todo en esta vida... y ya digo que me falta la viudez, ¿alguna que quiera casarse conmigo?

No hay comentarios: