sábado, 23 de agosto de 2014

Acotaciones



Hay diversas teorías acerca de las acotaciones: muchos piensan que deben ser una parte artística, allí donde el autor/narrador tiene más libertad a la hora de ejercitar su genio literario; y después está quien considera a las acotaciones como una pieza práctica que hay que abordar de la forma más técnica posible.

Lo que sí está claro es que podemos deleitarnos y entretenernos todo lo que queramos en ellas, pero el fin último del guión es el de ser llevado a la pantalla, de manera que en medio del proceso las acotaciones terminan por desaparecer para sólo dejar paso a los diálogos, los personajes y la trama. De tal manera, a nadie se le puede obligar a no escribir acotaciones que dejarían asombrado al mismísimo Cervantes, pero su utilidad no pasa de ser puramente práctica. De ahí, la mayoría de autores prescinden de toda creatividad con ellas; si un personaje dice “Dame fuego” y el otro contesta “Ten”, podemos acotar: “Su mano, cual galgo desenfrenado, desaparece por la apertura de su bolsillo para, al punto, reaparecer enfundando en la misma un lustroso encendedor cuya gallardía y riqueza ornamental dejaría pálido de envidia al mismísimo templo de la Capilla Sixtina”. Muy mono, pero inútil. Gana más puntos un: “Saca un mechero muy bonito”.


Con esta misma regla deducimos que aquellas acotaciones imposibles de llevar a cabo deben también ser suprimidas y sustituidas por explicaciones realizadas mediante la acción o el diálogo. Para explicar esto utilizaré un ejemplo de David Mamet:

“Nick, un treintañero con afición a lo insólito.” Esto no se puede filmar ni representar. ¿Cómo lo haces? “Jodie, una pasota deslenguada que lleva treinta horas sentada en un banco.” ¿Cómo puedes hacer esto? No se puede. Excepto mediante la narración (visual o verbal). Visual: Jodie mira el reloj. Fundido. Ahora son treinta horas después. Verbal: “Joder, a pesar de lo moderna que soy, es una lata llevar treinta horas sentada en este banco.”

Todo aquello que no pueda ser representado hay que sacarlo de la acotación y convertirlo en acción o en diálogo, pero con cuidado de no caer en la ingenuidad, en la exposición prolongada o en el “como tú ya sabes”.

Otras acotaciones reales sacadas de las páginas de guiones reales y que pueden servir de ejemplo de lo que no hay que hacer son:

“Ella entra en la habitación, le encuentra a él allí, y no hay palabras para describir lo que sucede a continuación.” Y si no hay palabras, ¿para qué se le paga al escritor?
“Él entra en la habitación y le odiamos... le odiamos a muerte.” ¿Lleva un letrero en la frente en el que dice “Odiadme... odiadme a muerte”?
“Por la ventana se ve Nueva York en todo su cruel esplendor.”
“Él quiere cogerle de la mano... ¿o tal vez no?” O tal vez sí... o puede que no... ¿quién sabe?
“Todos podemos darnos cuenta de que esta gente ha vivido mucho.”  ¿Y cómo nos damos cuenta? ¿Son todos viejos? Pues ponga usted eso: “son todos muy viejos” y déjese de marear la perdiz.
“En el exterior, el barrio tenía el aspecto que era de esperar después de lo sucedido.” Sin comentarios.

Por otro lado, aunque las acotaciones han de ser visuales el guionista no tiene la responsabilidad de especificar las tomas de la cámara o la terminología de rodaje (primer plano, panorámica, etc), ése es trabajo del director. En las acotaciones describimos la acción, a los personajes, los decorados y lo debemos hacer de forma clara y sencilla, sobre todo para que nadie luego “reinterprete” lo que decimos. Si decimos “azul”: azul es azul. Si decimos “el color del mar al amanecer”, ¿qué narices estamos diciendo? El director podría interpretar el color que quisiese y luego que nadie se queje si acaba poniendo “rojo” (¿cómo sabes tú de qué color amanece en el pueblo del director?).

Decía Eric Bentley que un dramaturgo que escribe demasiadas acotaciones es un novelista que no se ha encontrado a sí mismo. Tal vez esto sea una exageración, pero se aproxima mucho a la realidad. Que los personajes hablen o actúen, no lo haga usted a través de unas acotaciones que, al fin y al cabo, el público no va a leer.

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