Tranquilo, no te voy a dar una charla teológica, ni mucho menos, pero recordemos por un momento cómo impartía Jesucristo sus enseñanzas: a través de parábolas. Así es como, usando metáforas, sus lecciones de moral llegaban a todo el mundo y cada persona las aplicaba a su vida de manera concreta, precisamente porque la enseñanza en sí no tenía nada de concreta. Si quería hablar de las personas que se apartaban del camino recto, por ejemplo, hablaba de la “oveja descarriada”. El público que le escuchaba, precisamente por el poder sugestivo de la metáfora empleada, era más receptivo a sus enseñanzas.
Así, haciendo referencia a un elemento (oveja descarriada) para en realidad referirse a otro (el pecador), llegó a miles, cientos, millones de seres humanos.
Igual sucede en el cine. Es más fácil llegar al espectador a través de la parábola que mostrándole lo que queremos enseñarle de manera literal. Por naturaleza, el ser humano es rebelde y reacio a que le adoctrinen o siquiera quieran aconsejarle. Si mostramos nuestro punto de vista u opinión abiertamente y de manera literal en un guión, es más fácil que encontremos al espectador reacio e incluso contrario, ¿quién somos nosotros para enseñar nada a nadie?
Sin embargo, a través del juego de la metáfora, la metonimia o la parábola el espectador absorberá esa información subjetiva incluso sin darse cuenta.
Para que veas con claridad de lo que estamos hablando, veamos el ejemplo que menos te puedas imaginar que podría ponerse a la hora de abordar este tema. ¿Por qué una película como Superman (la clásica, no eso otro que se estrenó con el mismo nombre) aún hoy mantiene todo su poder, y sigue siendo uno de los mayores éxitos de la Warner? ¿Qué diferencia Superman de, pongamos por caso, Daredevil, otra superproducción basada en un héroe del cómic que pasó bastante desapercibida?
Cuando sus productores se propusieron llevar a la pantalla a este héroe, fueron muy conscientes de que si querían hacer una gran obra, el pilar fundamental era un guión sólido. Cualquier otro hubiera pensado que una historia sobre un tipo con los calzoncillos por fuera y una capa que va volando por ahí no valía tanto esfuerzo en la fase del guión, y se hubiera centrado únicamente en perfeccionar los aspectos técnicos pero, afortunadamente, ése no fue el caso. Y tanto: se contrató nada menos que a Mario Puzo, autor de la saga de El Padrino y uno de los más grandes autores del pasado siglo. Inmediatamente, Puzo se dio cuenta de la dificultad de la tarea, recordemos que eran los años 70 y apenas existían obras basadas en personajes de cómic. El autor de El Padrino iba a firmar una película sobre un tipo vestido de azul con una S de “Superhombre” en el pecho. Se la jugaba, sin duda.
¿Qué hizo Mario Puzo? Utilizó esta historia como base para una parábola.
Y, además, no una parábola cualquiera.
Veamos la historia: un ser de una civilización superior envía a su único hijo a la Tierra. Éste tiene poderes sobrehumanos e incluso la capacidad de resucitar a los muertos (lo hace con Lois Lane). Eso sí, toda su infancia y adolescencia permanece anónimo, preparándose para su gran misión hasta que llega su 30 cumpleaños y está listo para “salvar a la humanidad”. En sus enseñanzas, su padre le explica que los seres humanos “quieren ser buenos, pero necesitan una luz que los guíe, alguien que les muestre el camino correcto”, y ésa será su misión en la Tierra.
¿No te suena la historia?
Algunos elementos más a ver si te queda más claro.
A sus padres “adoptivos” en la tierra, que no tienen más hijos aparte de él, les llega “desde el cielo” como (y cito textualmente) “respuesta a sus plegarias”.
¿Y has visto la curiosa forma de la “nave” que lo trae del cielo?
¿Aún no?
La imagen final es la de nuestro protagonista observando a toda la Humanidad desde los cielos, vigilante.
En efecto, la historia bíblica de la llegada del Mesías está trasladada casi literalmente en este relato aparentemente liviano y trivial. Mario Puzo sabía que si no quería hacer el ridículo debía incorporar varias capas a su relato, y vaya si lo hizo. Superman fue un éxito inmediato, uno de los mayores de la historia del cine y aún hoy sigue cautivando no ya por sus efectos especiales (más que superados) o su diseño de vestuario (el de Superman ya se ve bastante ridículo) sino por el poder de su guión, sustentado en una historia metafórica llena de Sentido.
Es exactamente la misma metáfora alterada la de las películas de Terminator. En este caso cito a Robert McKee: “Si vence al Demonio, al igual que la virgen María, Sarah Connor dará a luz al salvador de la Humanidad, John Connor (J.C.) y lo criará para guiar a la Humanidad hacia su liberación en el próximo Holocausto”. Amén.
Ahí reside gran parte del poder de un guión de cine. Normalmente, si vamos a escribir una historia no nos paramos a pensar “de qué estamos hablando en realidad con esa historia”. Es sólo eso: una historia. Y menos cuando hablamos de géneros “menores” como el de terror o el de ciencia ficción. Pero cuando alguien se lo toma un poco más en serio y se plantea usar la metáfora como base para el guión, surgen joyas como Blade Runner o 2001: Una Odisea del Espacio. Y ya ves que su grandeza nada tiene que ver con sus efectos visuales o la cantidad de vísceras que aparecen en pantalla. Sino con su Sentido.
3 comentarios:
La parábola de Superman viene ya de lejos, de los comic originales.
Exacto, el mérito estaba en saber identificarla, potenciarla y usarla en el guión.
Saludos parabólicos.
Tanto que te metes con la de Brian Synger pero esta pelicula sigue exactamente donde lo dejo Richard Donner, sigue explorando la divinidad de Superman y acaba con lo que faltaba por contar, la muerte y resurrección del hijo de dios. De hecho, hay cosas interesantes y reflexiones como que el hombre se cree abandonado por dios pero acaba recuperando la fe, por eso los artículos de Lois Lane "Por qué el mundo no necesita a Superman" o lo que dice Superman a su hijo.
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