Te estarás preguntando, ¿y qué mierda
rara me va a contar ahora éste con ese título que, como siempre, será algún
tipo de metáfora o chistecillo?
Pues no, no lo es.
Y es que yo fui director de un coro
rociero. Literalmente.
Tenía 18 añitos, criatura, y en un coro
rociero de mi barrio se enteraron que yo había estudiado en el conservatorio
por lo que debía tener conocimientos de música. El guitarrista del grupo se
acercó a hablar conmigo. Yo por aquel entonces no sabía ni qué coño era un coro
rociero, había estudiado dirección de coro clásico en el conservatorio y
pensaba que sería lo mismo así que acepté.
Criatura.
La dirección de coro que yo había
estudiado se fundamentaba en el solfeo, por supuesto, mientras que para dirigir
un coro rociero los conocimientos que necesitas versan más sobre tipos de botos
camperos y razas de bueyes. Pero claro, eso yo no lo sabía en aquel momento.
Criaturita.
Ni que decir tiene que no duré mucho en el coro. Bueno, de hecho sí, estuve al frente de aquel despropósito unos cuantos meses, lo cual es una barbaridad, y en ese tiempo mientras yo trataba de enterarme de cómo se escribían y dirigían unas sevillanas (rocieras, eh, que no es lo mismo) ellos intentaban hacerme entender que por más que les diera las partituras de las canciones que yo componía no iban a aprender jamás en su vida a leer solfeo.
Y así pasé parte de mis dulces dieciocho.
1 comentario:
Que lastima que no entendio el espiritu del coro rociero. La musica no es solo solfeo y nunca hacer musica es un desproposito.
Publicar un comentario