jueves, 22 de julio de 2010

Alicia de Lewis Carroll (ya quisiera él)


No hace falta ser un psicoanalista de carrera para descubrir las innumerables connotaciones sexuales que Alicia en el país de las de las maravillas esconde entre sus líneas.

¿Esconde?

Lewis Carroll, enamorado de Alice (con la que sólo puede exteriorizar sus impulsos a través de fotografías de corte pseudo erótico como ésta tan sutil que le hizo a la niña) , escribió aquel cuento como homenaje onanista al objeto de sus sueños húmedos.

El resultado es un relato erótico disimulado bajo la fachada de fábula infantil esquizoide. Este cuento es fruto de un conflicto: la niña debe crecer para poder convertirse en individuo sexual pero, al mismo tiempo, con el crecimiento, perdería las cualidades que precisamente la convierten en objeto de deseo. Si la niña crece, pierde el atractivo; si no crece, es inaccesible.

Semejante paradoja lleva a su autor a las masturbatoria tarea de escribir acerca de este fruto prohibido y para no vérselas con las autoridades disfraza sus fantasías perversas de fantasías pseudofabulosas, no siempre con éxito pues en más de una ocasión leyendo este cuento uno no sabe si lo ha sacado de las páginas de Playboy (eso sí, con unas dosis de buen gusto poco habituales en esta publicación).

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