lunes, 6 de agosto de 2007

La profesión de guionista: Teoría y práctica del guión de otro.

La realidad del mercado es bien diferente de lo que te imaginas a priori. Pocas veces un guión que salga íntegramente de la cabeza de un guionista se hace realidad (salvo que ese guionista se llame David Koepp Y aún así también ha tenido que currárselo).

Lo normal, siento decírtelo, es que las ideas sean de otro. Si envías tu obra a una productora es posible que ese guión sirva para que se fijen en ti, en que tienes capacidades, y a lo mejor levantan el teléfono para llamarte… y que escribas otra cosa.

Es habitual que los guiones sean de encargo. Un productor, por ejemplo, quiere hacer una película sobre tal o cual tema (normalmente estos temas suelen estar relacionados con la temática de la última película que hizo un millón de espectadores en taquilla), llama a uno o varios guionistas y les pide que realicen un guión que se ajuste a unos cánones establecidos por él.

Estos cánones pueden ir de lo más general (escribe sobre adolescentes marginados) a lo más particular (una descripción paso a paso de la trama). El primer caso, en contra de lo que pueda parecer, es mucho más complejo que el segundo. A fin de cuentas, en el segundo ya te están dando la película casi hecha. Por ello, detengámonos primero en este segundo caso. He aquí algunos consejos útiles de parte de alguien que lleva la mitad de su vida escribiendo las historias de otro:

Lo normal cuando alguien que no dedica su vida a escribir te cuenta “una historia” y te paga para que la conviertas en un guión cinematográfico es que dicha historia sea infumable. Y eso con suerte. Primer consejo: nunca se lo digamos. La tentación es grande, pero hay que vencerla. Y no digo sólo literalmente en plan “Vaya mierda de historia, ¿la ha pensado o la ha cagado?”. Me refiero a esas miradas de soslayo y a esos “Bueno… no sé…”. Con esto sólo conseguirás que empiece a barajar nombres de otros guionistas. Así que, a menos que quieras perder el trabajo, éste es el primer consejo: Te encanta la historia. Es lo mejor que has escuchado nunca. Y te mueres de ganas por ponerte a escribirla.

Presta atención a los detalles. Son la clave. Si el productor te dice que tendría gracia que el protagonista se tropezara con una fotocopiadora, tu protagonista, ineludiblemente, debe chocar con la fotocopiadora. Aunque el comentario sea trivial y no te esté “obligando” a meter esos detalles, mételos. Te garantizarán mucha más libertad que si no los introduces. Que tu protagonista tropiece con la fotocopiadora te permitirá que en la página siguiente puedas hacer que se chute heroína en la función escolar de su hija de 6 años (si es eso lo que quieres). Las razones de que esto sea así son evidentes.

Lo primero, escribe la historia tal y como te la han contado. Ya tienes tu argumento. Ahora es cuestión de escaletarlo. Como digo, no elimines nada, todo lo que te han dicho, hasta aquello de “no estoy seguro, pero a lo mejor estaría bien que el protagonista sea una hamburguesa que habla”, debes incluirlo. Después debes observar todos y cada uno de los beats de la historia como una oportunidad de lucirte. Cualquier cosa, hasta la más horrible, puede dar lugar a una historia fascinante. Piénsalo: “un oscuro monstruo secuestra a una princesa y un caballero armado con su espada viaja en un halcón gigante para rescatarla, venciendo horribles criaturas por el camino, y haciendo nuevos y divertidos amigos”. Este argumento podría dar lugar a la más ñoña, cutre, infantil y tontorrona de las películas... y también a uno de los mayores éxitos de todos los tiempos: “La Guerra de las Galaxias”. “Y, no sé –dice el productor- el monstruo ése al final es el… ¡padre! Del héroe, ¡eso es! Y su nombre podría ser algo como “Padre Oscuro”, pero en otro idioma, tipo “Dark Father”… y para vender peluches de la peli mete en el guión muchos ositos de peluche que hablan”. Es cuestión de saber ver el potencial escondido entre los elementos, por más lamentables que puedan parecer. En serio, prueba a decir en voz alta el argumento de “El Señor de los Anillos”. Resulta bastante lamentable. ¿Y “King Kong”? ¿Unos tipos que viajan a una isla a atrapar a un mono gigante para exponerlo en Nueva York?

Un truco interesante para sacar provecho a estos elementos es darle la vuelta a lo previsible. A medida que nos cuentan la historia nos la imaginamos de la manera “obvia”. Si es un héroe que salva a una princesa nos lo imaginamos con armadura y cuerpo a lo anuncio de Kalvin Klein. ¿Y si es un tipo gordo, feo… y verde? “Y va con su escudero”… que es un burro parlanchín. El cliché dado la vuelta. Eso tiene personalidad y al mismo tiempo cumple con el elemento “héroe que salva princesa acompañado de su escudero” (hablo de Shrek por si aún no habías caído).

Así, a la hora de escaletar y dialogar, mantén todos esos elementos que te han dictado pero busca qué añadir o cómo retorcerlos para hacerlos interesantes. “American Splendor” también es una historia basada en un héroe de cómic, a decir verdad, tiene muchos elementos en común con “Spiderman”, pero aquella consigue resultar tremendamente original y poderosa por la introducción de determinados elementos; por ejemplo: La voz en off es la del auténtico hombre en que se basa la historia (“Éste soy yo, bueno, el tipo que me interpreta, aunque no se parece en nada a mí”). Si te fijas, la historia es lo de siempre, una voz en off diciendo eso de “éste soy yo” pero la introducción de ese elemento le aporta una capa totalmente nueva que deja al espectador maravillado. Eso es lo que tienes que hacer, encontrar esos elementos que hacen que “lo obvio”, “lo de siempre”, “lo trillado” o “lo cutre” se convierta en material fresco y original. A veces nos desesperamos y pensamos “esto no tiene solución, es basura, es imposible sacar nada bueno de este material”. Te equivocas. SIEMPRE hay una manera de darle la vuelta y hacer que la basura luzca como el oro. Y ése es tu trabajo: sacar oro. Si no encuentras el oro, simplemente no estás haciendo tu trabajo. O lo estás haciendo mal.

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