
En efecto, el ser humano siempre ha sido acompañado por sus sueños, esa realidad

Así las cosas, estamos en una nueva generación donde una persona podría pasarse sentada toda su vida y vivir aventuras increíbles, conocer cada rincón del planeta, tener millones de amigos, un amante en cada continente y cosas que ahora mismo ni mi imaginación es capaz de aventurar... y todo sin levantarse del asiento.
De hecho, en Japón va camino de ser pandémico el número de casos de jóvenes que se encierran en su habitación y no salen nunca más.
Es normal, pues, que en este contexto la intelectualidad artística se preocupe cada vez más de explorar esa fina línea que separa el mundo objetivo (con límites cada vez más borrosos) de esas otras realidades.
Deje que le ponga un ejemplo, ¿cuántas veces no hemos dicho “eso lo hice realmente o soñé que lo hice”? En ocasiones se nos hace difícil distinguir lo que hemos hecho en el mundo objetivo de lo que hicimos en sueños. Más aún, ¿y si no lo soñé, sino que lo vi en una película... o en un video juego... o en internet? En el momento en que las cosas dejan de estar en presente (presente, el tiempo que no existe, pero ya hablaré de ello, si me acuerdo) pertenecen al mundo de los recuerdos, donde permanecerán para siempre. Pues nada perdura en el presente, sino que se pasa toda su existencia en el pasado. Si las cosas viven eternamente en el reino de los recuerdos, ¿qué importancia tiene, pues, que esos hechos tuviesen lugar en una u otra realidad? A fin de cuentas, ambas realidades son igualmente frágiles, pues no permanecen, sino que se evaporan de la realidad para permanecer por siempre en la mente en forma de memoria o recuerdo, y además, la mayor parte de las veces distorsionado.
Si hacemos un crucero de lujo, este hecho en sí durará unos días. Pero su recuerdo permanecerá en nuestra mente para siempre. ¿Por qué hacemos, pues, el crucero? ¿Por disfrutar esos días de él, si es que realmente disfrutamos de algo cuando todo, absolutamente todo, se escabulle de nuestras manos en la marea del tiempo, que implacablemente (como los Langoliers de Stephen King) lo devora todo y lo destruye para siempre, o bien para recordarlo el resto de nuestra vida? Evidentemente, casi todo lo que nos gusta, nos place sobre todo cuando lo recordamos, mucho más que cuando lo vivimos en presente.

De los dos filmes de los que parto para soltar este rollo me quedo, con diferencia, con “Paprika”, mucho más honesta, menos pedante y tremendamente más divertida. A fin de cuentas, su autor lleva muchos años explorando estos temas y “Paprika” es como una especie de saco de conclusiones de sus anteriores trabajos. No es casualidad que al final de “Paprika” veamos de forma poco sutil los carteles de todas sus anteriores películas. “Paprika” es un mosaico de todas ellas, pero yo creo que con la obra de Kon que más enlaza es precisamente con la que no aparece en esa cartelería: “Paranoia Agent”, una serie de animación de 13 episodios en los que explora tanto en la temática como en la estética que después servirán de base para esta nueva cinta.

Aún así, “Waking Life” también es una película tremendamente interesante y recomendable, donde también su autor ensaya tanto en temática como en estética (la técnica de animación rotoscópica que aquí utiliza volverá a aparecer con mejores resultados en su “A scanner darkly”... también basada en un relato de Phillip K. Dick).
Prohibido perdérselas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario