domingo, 12 de agosto de 2007

La muerte de la familia

Ya he hablado de la familia, pero no he dado aún mi opinión al respecto. ¿Por qué? Pues porque sé que a usted, amable lector, mi opinión le importa un pimiento.

Aún así, y a riesgo de ahuyentarle... aunque, ¿qué hace usted aquí?

El caso es que lo que viene a continuación es mi exposición sobre el que tal vez sea uno de los mayores parásitos de nuestra sociedad: la familia.

Sólo observar la enconada defensa que de esta institución (sí, llamémosla por lo que es, una institución, igual que hacienda o el ejército) hacen los sistemas conservadores y opresores ya le hace a uno estar alerta. En efecto, piense en el sistema político que piense digno de figurar en cualquier museo de los Horrores Históricos (de Francisco Franco a George W. Bush) siempre encontrará que se sustenta en dos pilares fundamentales y ambos altamente nocivos: la familia, y Dios.

Sobre Dios no me voy a explayar porque no merece la pena dedicar energías a una falacia que se cobra, se ha cobrado y se seguirá cobrando millones de vidas y que a pesar de que grandes pensadores como Nietzsche ya lo mataron, siguen pugnando desde su lecho de muerte por controlar la vida de los seres humanos. Resulta curioso que la Humanidad entera esté en manos, lo queramos o no, de Dios, Santa Claus, Ronald McDonald y Mickey Mouse. ¿Algún día depositaremos nuestros valores en seres tangibles?

Otra entidad intangible y, si cabe, aún más siniestra en la que nos apoyamos es la familia. ¿Cómo inculcar el conformismo y el inmovilismo en el ser humano sin levantar sospechas? Nada mejor que basar todas las creencias, ya sean religiosas o de cualquier tipo, en la tradición familiar. ¿Por qué nos casamos? ¿Por qué estudiamos, buscamos un trabajo...? Todo lo hacemos por la familia, por esa entidad teocrática que llevamos sobre nuestros hombros desde que nacemos hasta que nos morimos y que nos inculca desde el propio nacimiento los pensamientos y dogmas que deben hacernos “hombres y mujeres de provecho”.

Y no sólo se trata de ser médico, porque tu padre es médico y tu abuelo lo fue antes. Ése es el mal menor. No hablo de casarte con esa persona que tus familiares aprueban, ni siquiera de tener que convivir con tu abuela porque la pobre ya no se vale por sí misma (o eso creemos) y sus últimos años en la Tierra los debe pasar amargándonos la existencia. Hablo del colegio en el que estudiaste, ése que “tus padres” eligieron (tal vez fueron tus abuelos o tus tíos, la analogía es válida para cualquier tipo de familia, entendiéndose como Familia en el término más general ya sea monoparental o multiparental). Cuando no eres nadie, un crío cuyo pensamiento y modo de ver la vida se está formando, son otros (tu familia) los que eligen el camino, la senda que para siempre formará tu concepción del mundo. Si lo hacen “bien” (vamos, si no se les ve el plumero) tu pensamiento casará con el de ellos, serás una pieza más del engranaje, uno miembro más de la casta, un eslabón de la cadena, un ente familiar sin individualidad, sólo determinado por aquel clan, casta o “familia” al que pertenece. Si lo hacen “mal”, el fruto de ello será la rebeldía, el alejamiento de las pautas inculcadas por la familia. En este caso, igualmente, están determinando el pensamiento del vástago.

Tratan de imponerte algo, y dependiendo de cómo lo hagan, lo aceptarás o no. En ambos casos, estás a su merced. Si lo hacen bien, seguirás su senda, si lo hacen mal, te alejarás de ella. En ambos casos tu capacidad de elección está mermada por las acciones de otros (la familia). Crees que puedes elegir, que eres un ser libre, pero realmente sólo serás libre para darte cuenta de que la libertad no existe. Todo lo que eres está determinado no por ti, sino por las manos que te moldean. Y los seres superiores, aquellos que quieren moldearte, no usarán sus propias manos para darte forma, sino que usarán las de tu familia.

Son esos demiurgos los que nos dicen “la base de la sociedad es la familia”. Echa un vistazo a la mierda de sociedad en la que vives y verás que, por una vez, esos demiurgos tienen la razón. Y por eso mismo debemos destruir, por encima de las demás instituciones, a la Familia.

Y después les tocaría a los demás: desde Dios a Santa Claus.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo 42 años y recien comprendo el concepto " Familia" quisiera olvidarlos, sacarlos de mis pensamientos de mis venas que es donde mas ramificados estan, me recomendaron leer La Muerte de la Familia de David Cooper, despues les cuento.

Ortuño dijo...

¡Mucha suerte!